Piezas de Recambio – Tributo a Asimov – Parte I

-Pero, ¿qué se supone que voy a hacer con toda esa chatarra, Stevens?

Randall Watson sostenía exactamente la misma conversación telefónica todos los meses. Invariablemente, Watson terminaba con las aletas de la nariz henchidas y un temblor incontrolable en el ojo derecho.

-Lo sé, Stevens, lo sé. Me lo ha dicho miles de veces. Pero, ¿usted quiere que yo lo comprenda?

-…

-Usted sabe que me sobran esas piezas, Stevens.

-…

-¿Qué las reutilice? ¡Pero si son basura, Stevens! ¿Usted pone a funcionar sus fábricas con basura? ¿Usted alimenta a sus hijos con basura?

-…

-Ya, ya, usted me da largas porque quiere obligarme a hacer un envío especial, ¿verdad? El gobierno y sus envíos especiales. Espero que esta vez al menos me lo hagan deducible de impuestos.

-…

-¿Que no se va a deducir, Stevens? Pero, ¿qué se cree este gobierno de oportunistas socialdemócratas?

-…

-Ya, la productividad, mantener las cosas en orden. Como usted diga, Stevens.

El señor Watson colgó el teléfono, se levantó de su espléndido escritorio de roble y se puso a darle una vuelta a la oficina. Desde que los socialdemócratas subieron al poder, el gobierno no paraba de pedirle envíos especiales. Antes vendía su chatarra a fábricas de segunda. Se reinvertía la ganancia. Eran tiempos mejores, mucho más eficientes. Pero los socialdemócratas no eran, en definitiva, los tipos más eficientes de este planeta.

Watson terminó por resignarse y llamó a su secretaria para que diera la orden de preparar el cargamento que había ordenado el señor Stevens.


Hilda Gallagher recibió por tercera vez la misma respuesta. No podían hacer nada por ella en los hospitales comunitarios.

-Siguiente- bufó el médico y le puso los ojos encima al anciano que estaba en la fila detrás de la señora Gallagher. Hilda tomó en brazos a su hijo y le insistió al médico recepcionista.

-Deme un pase, por lo menos.

-¿Un pase?

-Un número para entrar en la Sala de los Milagros.

-Señora, ya le dije que no hay números. No le damos un trato especial a nadie. Si quiere un Milagro de Dios, tendrá que hacer fila, obtener un turno y luego esperar como el resto de los ciudadanos. Ahora, si me permite, ¡siguiente!

La señora Gallagher se dispuso pues a entrar con su hijo en el gran edificio de las Salas de Espera que antecede a la Sala de los Milagros.

Se acercó al mostrador, llenó un formato de solicitud de Milagro, recibió el turno número 2552 serie B del día y luego fue a tomar asiento en algún rincón del pabellón B de las salas de solicitantes.

Todos ahí esperaban resoluciones para casos que estaban más allá de los avances de la medicina. A un lado de ella estaba sentado un hombre cetrino. Su hijo Benjamin hipaba. Los doctores decían que uno de los órganos de su sistema respiratorio estaba infectado y que sería cosa de días, de horas quizás, antes de que ya no funcionara.

Al ver pasar a un funcionario vestido con el mono reglamentario, Hilda Gallagher lo interrumpió.

-Disculpe.

-¿Sí?

-Quisiera saber… Verá… Mi hijo… Sólo es un niño.

El funcionario la miró con indiferencia.

-¿Y qué quiere? ¿Que por ser un niño lo llevemos antes al interior de las salas? ¿Sabe cuántas madres están aquí ahora? ¿Sabe cuántas madres me piden lo mismo, señora…?

-Gallagher.

-Gallagher. Usted conoce las reglas, señora Gallagher. La maternidad no es un vale de descuentos en nuestro sistema.

-Tenga un poco de piedad, por favor. Compréndame. Benny sólo es un niño.

-Y eso me dicen todas las madres. Claro, es sólo un niño, es sólo un niño, pero ha enfermado. Algún pecado habrá de tener este mocoso. O usted. O su marido.

La señora Gallagher se quedó callada.

-Quiero ver su carnet, señora Gallagher. Muéstreme sus horas de servicio. ¿No estará descuidando sus obligaciones por estar aquí sentada esperando el Milagro?

Hilda Gallagher sacó su carnet y mostró al funcionario el calendario fechado con todas sus horas de servicio trabajadas. Sintió vergüenza porque, en efecto, había descuidado en más de una ocasión el trabajo por cuidar de su primogénito enfermo.

-¡Ya ve, señora Gallagher! ¡Dios castiga la holgazanería y premia la diligencia! Usted sabe lo que dice San Pablo. “El que no trabaje, que jamás reciba su Milagro.”

-Si quiere ayudar a su hijo, vuelva a su factoría y trabaje tanto como pueda. El doble, el triple si es necesario. Su hijo, al fin, puede cuidarse solo.

-Pero…

-Pero, ¿qué? ¿Me va a volver a decir que es sólo un niño? Muchos niños enferman y, ¿sabe cómo los ayudan sus padres? Trabajando duro, ¿cómo más? Trabaje y así evitará contraer la infección usted también. Ahora váyase.

Pero la señora Gallagher no pensaba dejar solo a su único hijo.

Miró cómo el funcionario se alejaba con indiferencia.

-Psst- el señor cetrino sentado a su costado le hablaba. –No lo escuche, señora. ¿Cree que ellos saben lo que es vivir con la infección o tener a un familiar enfermo?

Hilda Gallagher negó con la cabeza.

-No lo saben. No saben nada. Ellos dicen que no pasa nada, que si nos niegan el Milagro es posible trabajar y trabajar y seguir trabajando y esperar que con algunas horas más en el carnet, se reconsidere nuestra solicitud de Milagro. Pero no es lo mismo decirlo que entenderlo.

La señora Gallagher asentía con aflicción.

-No se aflija. Todo tiene solución, señora Gallagher.

Y entonces le pasó por lo bajó una tarjeta de presentación con su nombre. “Matias Sluschburgen. Plomero” y nada más. La tarjeta no tenía teléfono ni domicilio.

Sluschburgen se levantó y le dijo a la señora Gallagher:

-Usted espere. Si le niegan el Milagro, yo vendré a buscarla. A usted y a su pequeño Benny.

Y salió de la sala de solicitantes sin que nadie le prestara ni una pizca de atención extraordinaria.

6 comentarios en “Piezas de Recambio – Tributo a Asimov – Parte I

  1. Oye… Tiene muy muy buena pinta! Me Recuerda a un relato de ASIMOV. Lamentablemente ahora no recuerdo el nombre. No tanto por la historia como por la forma de contarla. Estaré muy atento a siguientes entregas. Me recuerda también un poco a uba historia que yo mismo escribí. Lamentablemente la escribí para una web que ya no existe. Te animo a seguir así. Un saludo

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    • Muchas gracias Supereze! De hecho, está ligeramente inspirado en La trompeta del juicio final de Asimov. Ya están las tres partes en el blog de https://eljardinblanco.wordpress.com y hoy en la noche (mi noche) subiré el relato completo sin pausas para los que prefieran leerlo así.
      Qué lástima no poder leer tu relato, porque disfruto mucho lo que escribes. Muchas gracias por los ánimos y los comentarios! Un saludo

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