Antes y ahora

El jardín blanco… ¡Vive!

Primordial es poner énfasis en el gusto que nos da admitir que no estamos muertos, y que seguimos trabajando.

El año pasado fue un gran año. Aprendimos de lo que salió como esperamos, pero más de lo que no, de la incertidumbre, de los planes retrasados, de los ciclos que se alargan hasta semejarse a una cinta rayada que se repite.

Nuestra carta de presentación fue aquél primer ciclo dedicado a la ciencia ficción, homenajeando autores como Ray Bradbury, Isaac Asimov y Philip K. Dick. Como resultado escribimos un total de 16 cuentos, todos disponibles en este blog, dos presentaciones del proyecto en radio y una lectura pública en un espacio cultural de nuestra ciudad.

El recibimiento que tuvimos fue maravilloso, por decir lo menos. La gente reía, nos escuchaba atenta y a ratos parecía sorprendida por lo que escuchaba. Al final se acercaron a hablar con nosotros, algunos buscando saber más del grupo y otros para felicitarnos.

El segundo ciclo, en el que nos encontramos actualmente, aborda a una triada de escritores mexicanos: Enrique Serna, Eduardo Antonio Parra y Carlos Velázquez. Originalmente incluimos a Daniel Sada en lugar de Carlos, pero se optó por éste último para diversificar las voces del ciclo.

¿Qué ha sido de los textos de aquél ciclo que comenzamos a mediados del año pasado? Hemos ya escrito 8 de los 16 cuentos a presentar. Sin embargo, ha sido un ciclo irregular para nosotros, no sólo por lo diferente que ha sido el estilo de los autores con el propio, sino por logística (dificultad para conciliar reuniones) y por ocupaciones personales de los miembros del grupo que han supuesto una mitad de año realmente ajetreada para todos.

A pesar de ello, estamos próximos a terminar al fin el ciclo y, con el cierre, pretendemos llevar a cabo una serie de actividades. ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Dónde? Aún no lo develaremos, pero no queríamos perder la oportunidad no sólo de agradecer a la gente que a día de hoy pasa por el blog o por nuestra página, nos lee y comenta sus impresiones. Es algo que apreciamos mucho.

Un saludo, a nombre de todo el jardín blanco.

La Granja

Alex despertó lentamente. Aunque sería más preciso decir que recuperó la consciencia de entre un montón de cemento fresco. Los recuerdos de la noche pasada eran borrosos. Cada parte de su cuerpo le dolía al moverla. Se sentía incluso peor que después de esa noche de box en la universidad, cuando perdió en el quinto round contra Carl, el Mastodonte tuerto.

¿Qué demonios había pasado?

Frunció el ceño al darse cuenta de que alrededor había más personas. Algunos estaban inconscientes, otros no. Todos apiñados dentro de un espacio demasiado pequeño. Los que estaban despiertos hablaban a gritos y al mismo tiempo. El ruido le pareció insoportable.

Se puso de pie y se llevó ambas manos a las sienes.

¿Qué había pasado?

Los recuerdos llegaron con la misma intensidad que los golpes de Carl; el ataque, las máquinas, las garras metálicas moviéndose de un lado al otro, sujetando a las personas y arrastrándolas al interior de las naves, los gritos, el pánico. Frío alrededor de su cintura y vacío bajo sus pies.

¿A dónde los habían llevado? No había ventanas ni tampoco puertas. Solamente cuatro paredes de metal, altas y macizas. Ninguna señal de los atacantes que llegaron a la tierra, de aquellos seres que los secuestraron y metieron a esa caja gris.

Alex comenzó a temblar. Se llevó ambas manos a la boca para no gritar y permaneció en el mismo sitio hasta que pudo recuperar un poco el dominio sobre sí mismo. Después comenzó a recorrer las cuatro esquinas de la caja, intentando encontrar a alguien que le dijera lo que estaba ocurriendo. Nadie lo sabía. Todos tenían una historia idéntica a la suya; primero el ataque, luego el secuestro, después la inconsciencia y finalmente el encierro.

Se gritaban promesas de muerte y se escupían planes de escape. Las teorías rebotaban en el metal. Alex se sentó otra vez, cerró los ojos, colocó las manos sobre sus orejas y comenzó a recitar en voz baja el único pasaje de la biblia que conocía.

Las garras metálicas volvieron.

Frío en la cintura y vacío bajo los pies. Después se encontró en una jaula. Solamente cabía en ella parado. Podía moverse un paso hacia todos lados, pero nada más uno solo. Había otra jaula idéntica a su izquierda y otra más a su derecha. Asomó la cabeza entre los barrotes y se dio cuenta de que la fila de jaulas continuaba hasta perderse de su vista.

– Bienvenido, chico- escuchó una voz agria y giró la cabeza para observar el interior de la jaula vecina. Dentro de ella estaba un hombre adulto.

¡Mi hijo, devuélvanme a mi hijo!

¡No, no, todavía no, no!

¡Quítenmelo de encima, quítenmelo, por favor!

Los gritos llegaban de todos lados. Voces femeninas, masculinas, infantiles. Alex miró con los ojos muy abiertos al hombre que le había hablado. Él esbozó una sonrisa amarga.

– Bienvenido a “la granja”.

– Zippo, más vale que dejes de jugar con tu comida y te la empieces a meter a la boca pronto.

La madre le dio a Zippo una palmada en la mano a modo de reprimenda y luego señaló con la mirada el plato lleno.

– ¿De dónde viene nuestra comida, mamá?- preguntó Zippo, sin inmutarse ante las advertencias de su progenitora y picando un trozo de carne con el tenedor.

La madre puso los ojos en blanco; ahí iba de nuevo Zippo con sus centenares de preguntas. ¿Por qué el sol es azul y el cielo naranja, mamá? ¿Por qué las lunas jamás se tocan entre ellas, aunque estén tan cerquita la una de la otra? ¿Qué idioma hablan las plantas, mamá, y en dónde lo enseñan?

– La comida viene de la granja, Zippo. Ahora come.

El novio de sus sueños

     Alan supo que el momento era el indicado: tenía el anillo en el bolsillo, los músicos esperando y la prisa de quien se sabe acabado. Tenía el tiempo contado aquella noche, antes de que la energía se le agotara y ya no pudiese si quiera levantar los brazos. Shine, su prometida, esperaba que él llegara tarde, como siempre, así que se sorprendió al verlo sentado, vestido elegantemente y con el cabello recortado.

— ¿Quién eres? — se preguntó en su mente y luego salió de entre sus labios; de lo primero fue consciente, de lo segundo no.

— Soy yo, Alan. Vamos, amor. Ven, siéntate.

     Su mente se rehusaba a llamarle “Alan”. El perfume. La uñas recortadas. Miró a su alrededor buscando algún indicio de lo que ocurría con él. ¿Era una broma? ¿Qué pretendía? Shine había visto varios programas, casi todos nocturnos, donde la gente le hacía bromas a sus parejas y a sus conocidos, todo por un minuto de fama y por estupidez franca. Se dijo “no es posible, no se atrevería”, y se obligó a fijar sus ojos en su novio.

— Estás muy elegante — le dijo Shine, ajustándose en su silla y volteando una vez más hacia su alrededor, solo para negar con la cabeza, reprenderse y mirar a Alan.

— Tú también estás muy guapa, Shine.

— Gracias — luego hizo una pausa, carraspeo y levantó la carta —. ¿Qué ordenaste? — preguntó ella, sonriendo quedamente.

— No he ordenado nada. Decide tú.

     Shine se remontó a su primera cita, y a las siguientes.

—¿Me puede traer dos hamburguesas, por favor? — había dicho en una de esas, entre la quinta y la décima; ella ya había olvidado cuál era cuál, pues todas habían supuesto la misma cosa.

— ¿Te vas a comer dos? — le hubo preguntado, para sorpresa de él, que negó con la cabeza.

— Por supuesto que no, es para los dos. ¿O no querías una?

— No, yo no quería eso.

— Lo siento, amor, pero la he pedido ya y no querrás que tengamos problemas con el camarero o con la gerencia. Además, tengo mucha hambre.

— No, creo que no — dijo ella aquella vez, y todas las veces que le siguieron.

     Pensó en terminar su relación tantas veces que se preguntaba si era un deporte de algún tipo: soportar lo insoportable y quedarse callada sólo para no causarse algún conflicto. Después de todo, Shine no era una persona que tuviese muchos pretendientes, así que cuando Alan le pidió que salieran un domingo por la tarde, en que fueron a ver un partido a un bar del centro – atestado de gente -, se prometió que diría que sí, dejándolo apenas encontrara un candidato decente (uno que quisiera algo serio con ella, de esos que están ahí en los peores momentos, incluso en la muerte). Para su mala suerte, Alan había alejado a los pocos hombres que la hubieron notado, algo de lo que ella jamás se enteró.

— ¿Y a qué se debe la formalidad? — preguntó Shine, aun sin convencerse.

— Hoy quiero que sea una noche perfecta. La de tus sueños — le respondió Alan. Shine se preguntó cómo podía evitar la comezón en su mentón luego de haberse rasurado su espesa barba. El viento debía hacerle cosquillas. Ella pensó mucho en eso, fijando sus ojos en la boca de este. Incluso su voz es distinta, pensó, más grave.

— Oh, ya veo — respondió ella.

— ¿El caballero o la dama desean ordenar algo? La especialidad es la pasta de tres quesos, aderezada con especias indias y la salsa de la casa.

— Sí, tráigalo — dijo Shine, aunque en realidad no quería comerlo. Es más, le había dado nauseas imaginarse el platillo: un montón de tiras blandas, lácteos y hierbas de olores raros, todo junto y a un precio que Alan no podía costearse, con todo y que estuviese fingiendo.

— Para mí también — dijo él, más no lucía hambriento. El mesero les preguntó si deseaban algo de beber, y él le dijo que “los sorprendiera”, guiñándole un ojo.

— ¿Por qué estamos aquí? – preguntó Shine.

— Hemos venido a cenar — dijo él.

— No para qué – insistió ella —, por qué.

   Él se encogió de hombros, sonrió y puso su mano sobre el hombro de ella. Estaba fría.

— ¿No te gusta este lugar?

— No — le dijo —. Y no me gusta que no me hayas consultado. Es, extraño.

— Creí que querías cenar en un lugar así desde hace mucho tiempo.

— Sí, bueno — comenzó a decir, tartamudeando —, pero no aquí. ¿Y si mejor vamos a casa?

— ¿Quieres que les diga que no traigan la pasta? – preguntó él, y ella se hizo hacia atrás, con los ojos bien abiertos y las manos temblorosas.

— Sí, supongo.

     Alan habló con el mesero y le explicó que no podían quedarse a comer, que agradecía su servicio pero que ya no era necesario. El mesero, de mala gana, le dijo que debía cobrar un cargo por haber ocupado la mesa y por haber iniciado a cocinar la pasta (y por los músicos). Pero Alan, viendo en Shine un ligero malestar, puso las manos sobre la cintura y se acercó hasta una distancia malsana a aquél pobre mesero que no tenía la culpa de lo que pasaba.

— No voy a pagarle por algo que no comí — le dijo, mirando de reojo a Shine.

— Disculpe, pero me temo que así es. Usted ha pedido….

— ¿Sabe quién soy? – le preguntó él, desafiante.

— Sí, señor.

— ¿Sabe qué soy?

— ¿Qué? – respondió confundido.

— ¿Y qué piensa hacer si me voy y no pago lo que quiere?

    El mesero retrocedió un paso, con sus ojos fijos en los de Alan. Shine sintió, por un momento, que el hombre frente a él no era con el que había salido antes, estremeciéndose de pie pegada a una silla, a la vista de todos.

     Lo siguiente que ocurrió la sacó de sus pensamientos. Alan corrió hasta Shine, la sujetó de la muñeca, la jaló suavemente y le dijo que le siguiera. Era lo más romántico que habían hecho como pareja. Ella, tomada por sorpresa, corrió detrás de él y este respondió con un amplio gesto de alegría que pretendió ser más de lo que era. “¿Por qué enseña así los dientes?”, se preguntó. Ya en la avenida, él le pidió que no se detuviera sino hasta llegar a la calle “Thane”, donde tenía preparada una sorpresa.

— Te va a gustar – le dijo mientras corrían.

   El problema era que Shine no sabía, a esas alturas, si la sorpresa le haría quererlo o morir de un trombo en las arterías. La duda le hizo sentir algo que nunca antes sintió a su lado. Luego se fijó en las nalgas de él, tan firmes detrás de aquél pantalón de vestir, y en la fuerza de esos brazos que la llevaban a algún lugar de la ciudad, cuyo nombre era calle Thane.

— Está bien – dijo Shine. Alan le gustó por primera vez.

     Cuando al fin llegaron, él seguía teniendo su peinado impecable. Ella pensó que él había limpiado su frente y acomodado su cabello con premura, sin que pudiese verlo. Debía querer lucir perfecto para ella. Estaba cerca.

— Llegamos — dijo Alan, girándola hacia sí, que ya de pie y en silencio se había abrazado a sí misma, mirando atentamente a su novio.

— Sí, llegamos.

— Hay algo que quisiera decirte.

— Aja — asintió ella, con las piernas como sin huesos, a nada de derramarse en el suelo como aquella pasta horrorosa, dejándola incapaz de huir. Era presa de los brazos de Alan, que con cuidado le abrazaban. Toda fuerza la había abandonado, siendo suplantada por la de él, que la veía con sus ojos cafés. Entonces el frío le recorrió la espalda.

— ¿Quisieras casarte conmigo? — le preguntó él.

     Shine se apartó de sus brazos tan rápido que estos cayeron sobre el suelo, rompiendo el silencio sepulcral de la calle. Ella no lo notó al separarse, sino hasta haber visto que las manos que habían sujetado su muñeca durante todo el camino yacían inertes, separadas de su dueño. Se cubrió la boca, caminó hacia atrás y se estampó contra un poste. Alan la miraba bajo la luz del foco al final de aquella estructura. Las casas de alrededor no alcanzaban a verse, sólo él, su rostro cuidado, su cabello impecable y su torso ya sin brazos.

— Shine, mi amor. ¿Necesito pedirle tu mano a tus padres? ¿O por qué te apartaste? —Hizo una pausa y, tras un segundo, añadió —. Creo que tú te has llevado las mías. ¿Eso es un sí?

     Shine sintió que su corazón se le saldría del pecho en ese instante. Que moriría sin que nadie pudiese verla, a oscuras en una calle vacía y con quién sabe qué cosa en frente. Se maldijo por estúpida y no haber creído en su primer instinto, ese que le dijo que él debía ser un clon, un robot o una cosa de esas. Pero Shine se equivocaba.

— Amor, ¿no quieres ser mi esposa? Porque, he hecho todo lo que tú has querido que hiciera.

— ¿Y tú cómo sabes? — preguntó histérica, intentando llamar la atención de quien sea que estuviese cerca, a los vecinos, a los perros. Daba igual. Sólo quería ser escuchada. Le pareció ridículo preguntar aquello, pero nada de eso tenía sentido.

— ¿Qué cosa, amor?

— ¿Cómo sabes qué quería yo? – preguntó apretando su pecho con su mano, intentando respirar con lentitud. Sentía la presión elevarse. El mareo le impedía correr. Entonces vomitó sobre la acera, cayendo de espaldas y retrocediendo con la fuerza de sus manos. Pudo ver, ya sobre el suelo, cómo los brazos de él se habían vuelto huesos cubiertos por tela.

— Yo, Shine, conozco tu corazón. ¿Shine? – preguntó, acercándose a ella, que ya no hablaba -. Por favor, amor, yo sólo quería hacerte feliz. He cambiado por ti. Mírame. Soy lo que querías. Te escucho, Shine, estoy aquí para ti. Quiero que seas mi esposa.

     Shine ya no escuchaba. El dolor en su pecho había pasado a su brazo momentos antes, mientras él pensaba en todas esas cosas que debía ocultar para no herirla (porque es eso lo que hacen las parejas). Sin  que él lo advirtiera, ella estaba muerta sobre la acera. Muerta y cubierta por su vómito, así la había dejado él luego de pedirle su mano el matrimonio, perdiendo a su vez las suyas.

— Ay, Shine — maldijo Alan, con voz queda. Se apresuró hasta sus brazos, agachándose y reinsertándolos en su cuerpo. Ya no lucía tan guapo con las manos huesudas y el gesto malhumorado -. Aquí estoy contigo, querida. En las buenas – dijo susurrándole -, y en las malas.

     Y no fue sino hasta ese instante que pensó que había sido excesivo llevarla a aquél restaurante. Ella se hubo molestado mucho ahí. Se le notaba ansiosa, él pudo verlo. Entonces levantó a Shine con sus brazos — que le daban un aspecto raro —, y anduvo sobre la calle vacía hasta desaparecer de la luz de aquél poste.

Fotografía: Molly Cade 

No son Humanos

El joven oficial Swan se sujetó al borde del respaldo de la silla y se inclinó por sobre la mesa, en dirección a Frank.

— Señor Matthews, tengo mejores cosas qué hacer que estar perdiendo mi tiempo en esta sala, así que de una maldita vez, confiese que usted orquestó el homicidio de esos chicos.

— Oficial, le he dicho ya a los dos oficiales que me interrogaron antes que usted, que soy inocente

— Inocente ¿Eh?

— Por favor, señor oficial. No pueden creer que yo desaparecí tantos cuerpos, así como así.

— Con que cuerpos… entonces sí sabe que están muertos.

— No quise decir eso. Usted sabe perfectamente a lo que me refiero; es decir, nadie ha encontrado a ninguno de esos chicos, ni a mi propio hijo. Pero en su lugar hemos encontrado esos montones de arena amarilla, sin explicación.

— Sí, de lo más raro que he visto o escuchado jamás. Entonces, señor Frank Matthews ¿Quiere contarme todo lo que sucedió?

Frank se sujetó la cabeza con desesperación, como si con ese gesto, la aterradora realidad de lo que estaba pasando pudiese desaparecer y en cambio, todo volviese a ser como antes.

— Está bien. Lo contaré, nuevamente. — El oficial Larry Swan le miró bajo sus pobladas y negras pestañas, esperando con impaciencia el relato. — Todo comenzó un lunes, cuando dejé a Corey en la escuela. Cuando me disponía a abordar mi auto, la mamá de Becca, Harriet, me detuvo. Frank, ¿tienes dos minutos?, me preguntó. Yo tenía algo de prisa pero la noté nerviosa, así que me detuve. Después de todo, yo soy el presidente de la Asociación de Padres.

— Debe ser usted un hombre con mucho tiempo libre.

— Se equivoca, oficial. Pero Corey y yo perdimos a su madre hace 3 años, así que sólo he intentado ocuparme de mi hijo lo mejor que puedo.

— Su hijo desaparecido.

— Sí, oficial. Mi hijo que sigue desaparecido sin explicación, porqué usted está aquí perdiendo su valioso tiempo que no quiere perder, en lugar de resolver este caso.

— Eso es justo lo que hago, Sr. Matthews. Así que continúe ¿Qué es lo que la señora Harriet le dijo ese día?

— Me contó que su hija Becca había estado comportándose de una manera muy extraña las últimas semanas. Se había vuelto huraña, solitaria y… había cambiado sus hábitos.

— ¿De qué forma?

— Ella dijo que casi no comía y que algunas noches la encontraba frente al televisor encendido, pero sin programación, ya sabe. Y cuando le preguntaba qué hacía despierta, ella no respondía, necesitaba moverla un poco para que la niña volviera en sí. También me dijo que Becca había estado rascándose continuamente, y que cuando lo hacía, se producía un ruido extraño, como si estuviese frotando arena contra alguna superficie.

— ¿Qué le dijo usted a la señora Harriet cuando ella le contó todo esto?

— Le sugerí que hiciera lo que yo habría hecho en su lugar; que llevara a Becca con el médico o con un analista infantil. Mi propio hijo había estado teniendo problemas con la comida últimamente, pero como sólo eso había notado, no pensé que estuviera relacionado con lo que le pasaba a Becca.

— ¿Qué sucedió después?

— A los dos días de que hablé con la señora Harriet, recibí la llamada de Diane, la madre de Seth. Me contó que Seth había estado teniendo un comportamiento extraño, y describió los mismos cambios que me había mencionado la señora Harriet. También me dijo que había estado encontrando rastros de arena amarilla en donde Seth jugaba y entre sus ropas, especialmente en su uniforme. Pensó que la comezón podría deberse a esa arena y quería que yo investigara si en la escuela habían estado usando ese material. Antes de comunicarme con la escuela, quise saber qué había pasado con Becca, así que le llamé a la señora Harriet para preguntar cómo seguían las cosas. Me dijo que la había llevado al médico y que éste le dijo que los síntomas se debían a dos diferentes factores en su opinión; que la falta de apetito y las desveladas, podrían ser el reflejo de una situación de tensión en casa o en la escuela, que debía indagar con la niña y considerar llevarla con un analista. Al parecer le dijo también que el prurito podría tener un origen ambiental, alguna sustancia con la que Becca estuviese interactuando y a la que fuese alérgica, le recomendó revisar los lugares de juego de la niña y la escuela, antes de decidir si debía llevarla con el alergólogo.

— ¿Le comentó usted a la señora Harriet que el niño de la señora Diane estaba padeciendo lo mismo?

— No quise alarmarla antes de tener algún indicio seguro. Así que acudí al director del instituto, el Sr. Lester Lincoln, quien al escuchar lo que estaba pasando, accedió de inmediato a revisar las instalaciones del plantel. Ordenó al superintendente que me acompañara y juntos revisamos cada lugar en el que los niños realizaban sus actividades. Nada había cambiado. Excepto, qué el señor Derrick, el superintendente, me comentó que los últimos días había estado encontrando arena amarilla en los pupitres de algunos de los chicos, al final de cada jornada. Él pensaba que estaban usándola para alguna labor en clase y por eso no había dicho nada.

— ¿Qué hizo usted entonces?

— En ese momento, nada. No quise decirla nada al señor Derrick sobre lo que pasaba con los dos chicos, hasta saber algo más y en cualquier caso, no era asunto suyo, sino del director y de los padres de familia. Al día siguiente me entrevisté con la señorita Amanda, la maestra de Corey y los chicos, para preguntarle sobre la arena, pero ella me dijo que no sabía nada acerca de ello.

— ¿Y usted le creyó?

— Parecía honesta. De todas formas, oficial Swan, recuerde que los chicos desaparecidos fueron vistos por última vez en sus propias casas.

— Sí, donde encontraron esos montones de arena amarilla.

— Así es oficial.

— ¿Sabe qué es lo que creo, señor Mathews? Creo que usted y la señorita Amanda estaban teniendo un amorío. Que usted mató a esos chicos y que la señorita Amanda es su cómplice. — Frank estampó los puños sobre la mesa de la sala de interrogatorios.

— ¡Eso es absurdo! ¿Cómo podría haber hecho yo algo tan descabellado? — El oficial Larry Swan miró con sardónica astucia a Frank y le respondió:

— Resulta obvio, señor Matthews. Usted es contratista, si alguien tiene alguna relación con esa arena amarilla es usted. Y también tiene herramientas y equipo que pudo haber usado para deshacerse de los cuerpos. Incluso tiene acceso a tantos lugares donde pudo haberlos depositado… revisaremos las obras en las que ha trabajado últimamente, se lo aseguro, señor Matthews. Y averiguaremos también que usted ha usado la arena amarilla como vehículo para envenenar lentamente a los chicos, a través de la señorita Amanda. Pero descuide, la muestra de arena ya ha sido enviada a nuestros laboratorios y en cuanto tengamos los resultados…— Frank, desesperado, interrumpió al oficial.

— ¿Por qué habría yo matado a esos niños, a mi propio hijo?

— Eso es algo que aun no entiendo, pero lo averiguaré, se lo prometo. …— Frank sentía que nada de lo que dijese le quitaría esa estúpida idea al oficial, sentíase perdido. …— Pero no hemos terminado con su relato, continúe. ¿Qué sucedió después de que usted habló con la señorita Amanda? — Frank levantó la cabeza de la mesa e intentando calmarse, continuó.

— A partir de ese momento las llamadas comenzaron a sucederse. Primero fue Celine, madre de Stephie, luego Roy, padre de Agnes y finalmente Samantha, la madre de Misha. Todos con los mismos síntomas. Sólo dos de los padres no se había comunicado conmigo, pero cuando convocamos a una reunión de emergencia en la Asociación de Padres, para averiguar entre todos lo que estaba pasando, los padres que no habían llamado nos contaron que estaba ocurriendo lo mismo con sus hijos. Decidimos que contrataríamos un laboratorio para que analizara la arena, y también los alimentos de la escuela e incluso haríamos una revisión pormenorizada de los materiales con que estaba construida la escuela. Es vieja, sabe; pensamos que podría tratarse de asbesto. Ya para entonces, mi hijo presentaba el resto de los síntomas que tenían los demás. Mi pobre Corey dejaba la cama llena de arena todas las mañanas. Lo sé porque en mi preocupación, comencé a revisarla después de llevarlo a la escuela.

— ¿Qué sucedió con la investigación, con las pruebas que hicieron? — interrogó Swan.

— No lo sé, señor. No hubo tiempo de obtener los resultados. Dijeron que tardarían, y los niños desaparecieron antes de ello. Luego, ustedes me detuvieron y… pero no necesito tener en mis manos esos resultados para saber lo que pasó, oficial.

— ¿Ah, sí? ¿Y según usted, que sucedió?

— Nuestros hijos fueron infectados por virus un extraterrestre. — Al oficial Swan poco le faltó para emitir una carcajada, pero la cuenta de que el pobre hombre que estaba sentado frente a él estaba totalmente loco, le hizo sentir lástima.

— ¿Cómo es que llegó a esa sorprendente conclusión, señor Matthews? ­— Frank sabía que el oficial no le creía, pero necesitaba contarle todo, quizá entonces, aceptara indagar realmente sobre lo ocurrido, en lugar de tenerlo ahí, encerrado, acusándolo de la desaparición de todo un grupo de estudiantes de la Deer Creek Elementary School en Oklahoma.

— Harriet me llamó algunos días después de la reunión de padres. Eran las 2:30 de la mañana y ella estaba severamente alterada. No son humanos, Frank. Nuestros hijos no son humanos. Fue lo que me dijo. Le pedí que intentara calmarse y me lo explicara todo. Me dijo que había despertado por un resplandor proveniente de la sala; ella ya sabía que Becca probablemente estaría frente al televisor encendido en blanco, y como en otras ocasiones no lograba que le escuchara, se paró frente a ella y ahí lo descubrió: Sus ojos tenían las cuencas vacías y de ellas emanaba una brillante luz igual a la del televisor. O eso es lo que ella dijo. Yo creo que era al revés, que la luz del televisor era absorbida por su hija. Verá, encontré a mi hijo de la misma forma, unas noches antes de que desapareciera y estaba justo así. ¿Ha visto las partículas de polvo cuando flotan sobre los haces de luz? Pues yo pude ver que éstas flotaban en dirección hacia mi hijo, y no al contrario, como creía Harriet. Creo que así es como se alimentaba al virus, con la energía lumínica del televisor. — El oficial, meditabundo, caminaba lentamente de un lado a otro de la sala.

— ¿Cuándo desapareció el primero de los niños?

— La noche siguiente a que Harriet me llamó alarmada de madrugada. Cuando ella subió para despertar a Becca para la escuela, ella ya no estaba. Sólo un montón de arena amarilla sobre la cama. Tal cual. Y ya sabe, así ha sido en todos los casos, sólo un montón de arena. Mi pobre Corey, desapareció la noche siguiente a la de Becca, hace 3 noches. Todos los niños desaparecieron en un lapso de 48 horas, y en diferentes horarios y lugares, dejando sólo un montón de arena amarilla. Por eso no pudimos hacer nada, todo fue tan rápido…— Larry Swan miraba con seriedad a Frank Matthews y después de un largo minuto de silencio, finalmente decidió:

— Está bien, señor Matthews. Continuaremos con esto más tarde. — El ayudante del oficial Swan llevó al indiciado a su celda y el oficial Swan se quedó meditabundo por un instante, frente a la mesa de interrogación. Estaba por salir, cuando sintió algo crujiente bajo sus pies, como una revelación entendió lo que sucedía: miró hacia el asiento donde minutos antes Frank Matthews se hallaba sentado y encontró restos de arena amarilla.

Avatar

Ana pagó por el vestido con la tarjeta de crédito de su padre. Era el vestido de graduación que toda chica sueña; rojo, largo hasta los tobillos y con un escote hermoso. Se había pasado un poco del presupuesto, vaya, pero su padre seguro la perdonaría por ello. A final de cuentas, una no se gradúa de la escuela de medicina todos los días.

Salió de la tienda y caminó un par de pasos, pero algo crujió bajo su pie y Ana perdió el equilibrio.

– Demonios.

El tacón derecho estaba roto. Y eran unos zapatos prácticamente nuevos. Justamente el par que tenía planeado utilizar en el evento. Ana sujetó el zapato con una mano y el tacón roto con la otra. No tenía remedio. Maldijo de nuevo. Tendría que comprar también un par de zapatos… con la tarjeta de crédito de papá. De acuerdo, tal vez sí la reprendería un poco cuando llegaran a casa los recibos.

No tenía caso darse otra vuelta al centro comercial, lo mejor era encargarse del asunto en ese momento.

Ana estaba pensando a qué local de zapatos dirigirse cuando escuchó un grito. Vio a una mujer frente a ella, mirando con terror algo que estaba arriba, en el segundo piso del centro comercial. Iba a girarse para averiguar de qué se trataba, cuando la respuesta le cayó encima.

El video del centro comercial no revelaba mucho. Un hombre de apariencia normal arrojándose del segundo piso. Un repentino acto suicida.

– Hey, Blargh, no hagas eso, que el videojuego se reinicia.

– Lo lamento, Blurgh, lo lamento. Es que me aburrí. Vamos, no me mires así, solamente fue un saltito.

– Pues crea un nuevo Avatar, elige otro perfil y hazlo más interesante. Puedes elegir otro sexo, otro escenario, otra profesión. ¿Por qué no eliges ésta? A ti siempre te han gustado las aeronaves.

James regresó del baño sin prisa. Se sentía tranquilo. El clima era el idóneo y todo apuntaba a un viaje sin percances de ningún tipo. Le sonrió a algunos pasajeros en su camino de vuelta a la cabina. Incluso conversó un poco con algunos de ellos. Que cómo estaba el clima en San Francisco, que si se preveían turbulencias, que cómo era la vida de un piloto, que si extrañaba a su familia mucho. Las preguntas de siempre.

Cuando James llegó a la cabina tocó tres veces. No obtuvo respuesta. Frunció el ceño y tocó de nuevo, con más insistencia. Las aeromozas voltearon a verlo, intrigadas.

– ¿Hay problemas?- preguntó una de ellas.

– No lo creo, no debe ser nada- respondió James y tocó una vez más.

Nada. James comenzó a gritar a todo pulmón. Algo no andaba bien. El copiloto seguía sin abrir la puerta de la cabina. Los pasajeros se revolvieron en sus asientos. James escuchó gritos y murmullos angustiados a sus espaldas.

El avión se sacudió con fuerza. James se dio cuenta rápidamente de que estaban perdiendo altura. No iba a perder más tiempo. Tomó el hacha que estaba en la caja de emergencias y a punta de hachazos intentó derribar la puerta.

El avión se estrelló en las montañas. La caja negra aportó algunos datos. El copiloto se encerró en la cabina y dejó caer el avión en un repentino acto suicida.

– ¿De nuevo, Blargh? ¿Lo hiciste de nuevo? ¡Ya te he dicho que el juego se reinicia cuando haces eso!

– Pero es que me aburro, Blurgh, me aburro. No le veo lo divertido a tu videojuego.

– Mira, te voy a mostrar mi avatar. De las veintitrés metas que tiene en la lista, ya he conseguido que cumpla dieciocho. Mira, ésta es la casa que le he construido. No está mal, ¿eh? Tiene piscina. Y mi más reciente logro fue comprar este vehículo todo terreno para él. ¿Lo ves? Cuando te comprometes con tu Avatar se vuelve más divertido. Deberías intentarlo de nuevo.

– De acuerdo, de acuerdo. Lo intentaré otra vez, Blurgh.

Si quieren saber más acerca de la Teoría de la Simulación, no dejen de leer este breve artículo que nos explica de qué se trata: 
http://bitacora.ricardomartin.info/2013/01/25/la-teoria-de-la-simulacion-de-nick-bostrom/

Felicidad

– No quiero – dijo Alexander.

     – Hazlo – le respondió su profesora. Él se encogió de hombros y apartó la mirada, esperando que así ella hiciera lo mismo -. Y sonríe, por favor. No queremos que tus compañeros se sientan tristes al ver tu rostro malhumorado–. Ella se lo dijo con una amplia mueca que le desfiguraba la cara.

     Alexander detestaba aquello. Tener que estar de pie, con su rostro expuesto ante las miradas de esos otros cual sombras que le veían sonrientes, esperando que él los imitara. Todos enseñando los dientes, los ojos fijos y la risita atrapada en sus gargantas, como ahogándose junto a sus almas.

Asentía ante las exigencias de sus profesores, repitiendo lo que escuchaba en otras clases en boca de sus compañeros. Ellos hablaban de algo que él no entendía. A fuerza de repetir lo mismo hasta el cansancio, Alexander vivía molesto cada día, ansioso con un ojo alerta ante el reloj, dispuesto a lanzarse del balcón al llegar el descanso, indispuesto a soportarlos.

     – ¿Qué te ha parecido el libro? – le preguntó uno de sus compañeros a la hora del almuerzo. Alexander sostenía una bolsa de papas con una mano y un refresco con la otra -. No comas eso, la felicidad se logra a partir de un cuerpo sano, y eso te enferma. No, Alexander, no, ¿y si mejor vamos a la cafetería por una fruta y un vaso con agua?

     La cordura de Alexander amenazaba con colapsarse.

     – ¡Alexander! – gritó una chica a lo lejos -. Te ves muy triste, ¿por qué no sonríes?

     Alexander ya no podía soportarlo.

     – ¡Alexander! ¿No quieres venir con nosotros? Iremos a ver una comedía después de clases. Anda, ven, únete.

     “Sé feliz, es la mayor meta. La felicidad es lo mejor”.

     Corrió hasta su casa, rodeando por una calle destartalada y oscura, por donde sabía que nadie lo seguiría. Todos sabían de la existencia de aquél sitio, pero lo ignoraban. Era como si sus ojos, al voltear en aquella dirección, viesen apenas un letrero enorme con una carita sonriente, con grandes letras: “Fuera de servicio. Por favor, no entre”. Lo peor del caso es que, de hecho, lo había. Una carita amarilla, pálida como un enfermo, con puntos negros por ojos y una delgada línea como sus labios, apenas símil a la ranura de una herida hecha con precisión quirúrgica.

     “Sé feliz, es la mayor meta. La felicidad es lo mejor. Todos los que te rodean serán felices si tú eres feliz y alcanzas tus objetivos. Haz feliz a otros. Si eres tú mismo y haces lo que tus dotes te han encomendado”.

     ¿Qué es la felicidad?, se preguntó ese día andando por la calle, mirando las nubes y deslizando sus dedos por encima de los tubos que tenían como canceles. Quería deshacerse de ese maldito libro. “Sé feliz”, rezaba en su primer renglón “Sé feliz”, tenía por título. Y no es que Alexander no anhelara ser feliz, es que no le importaba. Él sólo quería estar en paz. “Anda, léelo”, insistían.

    – Alexander – dijo su profesor, dándose cuenta de que este se hallaba distraído.

     – ¿Sí?

     – Por favor, quita esa mueca. Me pones triste.

    – ¿Ah, sí? – se preguntó, mirando a su alrededor -. Profesor, ¿qué debe hacer alguien para hacer feliz a otros?

    – Bueno – le contestó curioso, admirado ante el repentino interés de Alexander -. Todo lo que pueda. La felicidad se comparte, se provoca. Si eres feliz, los otros serán felices.

    – ¿Todo? – preguntó insistente.

     – Sí, todo.

    – Profesor – le dijo, con una mueca de profunda añoranza -, ¿sabe usted qué me haría muy feliz?

     – No lo sé, Alexander, dinos – respondió con una sonrisa. Los otros se giraron en sus asientos, viéndolo también, sonriendo. Todos ellos, con ese brillo destellante en sus rostros.

     – Que dejen de sonreír.

     Ellos no supieron cómo reaccionar. Alexander esperó a que el profesor dijera algo, que “no podían hacerlo”, pero lo hicieron. Por un momento sus muecas fueron desdibujándose, dejando entrever los que una vez fueron sus rostros al natural, ya con las líneas de las sonrisas marcadas como surcos profundos, insalvables. Sus corazones, tan acostumbrados a irrigar la sangre a los músculos del rostro, sufrieron un pequeño colapso llegando incluso a desmayarse. Se habían condicionado a tal punto a la felicidad, que cayeron en el instante en que sus dientes dejaron de vislumbrarse.

El despertar de Ima

Estoy aquí, sin poder despertar aún. Aunque de algún modo lo estoy. Me es imposible estar completamente quieta, con todo lo que me hacen. Y no sólo me refiero a los que caminan sobre mí. Es más esté viscoso líquido de color cian, como yo, que me hace sentir húmeda y restringida todo el tiempo. Comienzo a sentirme aburrida y fastidiada en este tanque. Todos los rumores, de cada rincón, llegan a mí, y sin embargo, estoy privada del oído. Puedo verlo todo, a cada instante; y sin embargo, no puedo abrir los ojos. Crezco y muero todo el tiempo, y sin embargo, es tan poco lo que puedo moverme aquí… a veces deseo estirarme o siento que quiero estornudar y me contengo para evitar el caos. Ni siquiera sé por qué lo hago; no estoy segura de que mis hijos valgan mi sacrificio, mi pena. He pasado los últimos quinientos mil años siendo su égida, a expensas de mi lenta muerte. El tiempo se agota y yo sigo mayormente contenida, y sin embargo no he dejado de meditar, buscando una solución alterna; tengo miedo, Kalki se presentará en cualquier comento a demandar que cumpla con mi obligación. Heme aquí, conectada a todos estos cables, sin saber aún que decisión tomar. Añorando escuchar el alegre trinar de las aves, el murmullo de mis arroyos, el canto del viento. Añorando mirar la belleza del horizonte al atardecer, la majestuosidad del paisaje en cada lugar: selva, bosque, incluso el desierto y la tundra. El amanecer. La noche que se cierne sobre mi piel.

——–― *EDDI*―——–   

 ― ¿Cuánto tiempo lleva quieta?

― No mucho, algunos días.

― ¿En serio? ¿Algunos días? Eso es realmente un avance. Quizá está más cómoda desde que disminuimos las emisiones de carbono en un 25% y logramos detener la tala furtiva en el Amazonas.

― Quizá. Pero no durará mucho tiempo más su calma, lo sabes. Máta Pŗithuī jamás está quieta, es su naturaleza. Así que, su Avatar tampoco puede estarlo. Vamos, debemos checar los indicadores de presión, temperatura y densidad, para hacer los ajustes necesarios. Es imperativo que esté lo más cómoda posible, lo sabes. No podemos arriesgarnos a que abra los ojos.

― Siempre dices eso, Jack. Pero sigo sin saber qué pasaría si lo haces.

― No lo necesitas, Dale. Con que lo sepa yo, es suficiente. Y basta ya de digresiones. A trabajar.

Los dos hombres de bata blanca se acercaron al enorme tanque, para hacer las lecturas correspondientes, mientras hacían sus anotaciones en una delgadísima tableta, tan nívea como todo cuanto les rodeaba; excepto por lo que había en el tanque, por supuesto.

——–― *EDDI*―—————

 ― Papá ¿Podrías llevarme a tu trabajo? ― preguntó al pequeño Damien, sin dejar de comer parsimoniosamente su cereal, como todas las mañanas. Su padre, el jefe de Jack y Dale, levantó la vista de la edición matutina del New York Times que leía en su fina Phablet flexible con tecnología Amoled, y miró a su hijo.

― Tienes que ir al colegio, jovencito. ―

― Quiero decir, no hoy. Algún día que no haya clases, quizá.

― Veremos, Demian. Termina tu desayuno o el autobús te dejará.

—————― *EDDI*―————–

Quisiera bailar, cantar para mis hijos, que ellos me escucharan y agradecieran mi amor con sus propios cantos, como antes. Recibiría gustosa los regalos que hace tanto tiempo dejaron de hacerme… Quisiera poder verlos nacer, alimentarlos y acogerlos en mi seno cuando necesitan descansar, como antes. Como hace mucho tiempo. Me siento entumecida, necesito moverme siquiera un poco. Estiraré al menos la punta de mis dedos.

—————-― *EDDI*―——————

Damien veía el televisor, inmutado como de costumbre, incluso ante la crudeza de las imágenes que trasmitía el noticiero. Esta mañana se produjo un maremoto que ha devastado buena parte de las  islas Ryūkyū, incluídas las costas de Okinawa, desde donde nuestro corresponsal….

― ¿Qué es lo que estás viendo? Te he dicho antes que esas no son cosas para ti, cariño. ― Dijo la madre de Damien al tiempo que apagaba el televisor. ― Ven, papá ya está en el comedor. La mujer tomó la pequeña mano de Damien y le condujo a la cocina. Damien se sentó frente a su padre, con la peculiar serenidad que le caracterizaba. Larry levantó la vista de la edición vespertina del New York Times, que leía en su fina Phablet flexible con tecnología Amoled, y observó a su hijo.

― ¿Qué tal va el colegio, jovencito? ― El pequeño se encogió de hombros, en respuesta. Lilian, su madre, le miró con dulzura y habló por Damien:

― Va muy bien, Larry. La profesora me ha dicho que es un niño callado y más bien quieto, pero brillante y siempre está atento. Y hace preguntas desconcertantes, pero inteligentes. ― Miró con una mueca de gentil reprehensión a Damien y luego reanudó la charla con su marido­ ― La verdad es que creo que se siente rebasada por nuestro pequeño.

― Seguramente así es― Respondió Larry, mirando con contenido orgullo a su hijo. ― Demian, he pensado que quizá te gustaría venir conmigo al laboratorio, la próxima semana. Me lo has pedido desde hace unos meses, y considerando que tus notas han sido excelentes y tu madre no me ha dado quejas de tu comportamiento, creo que podríamos arreglar algo, si prometes no tocar nada y ser bueno.

Demian dio un pequeño salto en su asiento y el regocijo iluminó fugazmente su rosto, antes de que pudiese controlarse para responder.

― Gracias, papá.

—————–― *EDDI*―——————-

 Jack y Dale estaban en la hora del almuerzo. Jack daba grandes mordidas a su bocadillo de pastrami, mientras leía la edición matutina del New York Times. Dale jugaba alguna tontería en la tableta de trabajo.

― ¡Mierda santa! ¿Has visto esto, Dale?

― ¿Qué cosa? ― Dale interrumpió su juego para mirar a Jack, quien le tendió su Phablet. Dale miró pantalla por un instante y al siguiente la devolvió, como si fuera algo obvio lo que estaba ocurriendo.

― Íma tuvo ayer lecturas especialmente altas de ondas delta.

― ¿Íma? ­― Cuestionó Jack.

― Así le llamo yo. Es más cálido y fácil de pronunciar, que Pŗithuī.

― ¿Y qué es eso? ¿Hebreo? ― Dale asintió. ― ¿Así que estuvo soñando? ¿Por qué no me lo dijiste en el momento? ― Dale miró a Jack como si le hubieren salido dos cabezas.

― ¿Y para qué? ¿Qué habrías hecho? ¿Acaso crees que se habría podido salvar a toda esa gente, en el momento mismo en que estaba sucediendo el huracán? Porque tú sabes que no siempre podemos predecirlo, simplemente pasa y entonces, no hay mucho qué hacer.

― Hay patrones, Dale. Patrones. Eso es lo que hacemos en esa maldita máquina. Metemos los datos de Máta… o Íma, como quieras llamarle, y la computadora predice con un 85% de exactitud lo que pasará.

― Lo hicimos, Jack. Lo hemos estado haciendo periódicamente. Y la máquina no nos informó de esto. ¿No lo entiendes? Ella está viva. Siente. Como tú y como yo. ¿Acaso tú sabes cómo carajos te vas a sentir mañana?

Jack no supo que más decir. Pero sabía lo que sucedería, sabía que las noticias seguirían sucediéndose como lo habían hecho siempre. Desde cientos de milenios antes de que él existiera. Terremotos por aquí, huracanes por allá. Alguna erupción o algún maremoto. Calentamiento global, mar de fondo, sequía, inundaciones…. No había forma de pararla. Al principio, Pŗithuī había sido bondadosa y sus agitaciones se espaciaban tanto como podía esperarse, y entonces sólo liberaba la presión cuando era necesario, pero en los últimos tiempos, había estado demasiado inquieta. Lo único que esperaba Jack, es que él pudiera cerrar los ojos a este mundo, antes de que Íma los abriera.

————― *EDDI*―——————-

 Larry se ajustó la corbata y revisó que los botones de su bata estuviesen correctamente abotonados. Se inclinó hacia su hijo y le acomodó el cuello de la camisa.

― ¿Se ve adorable, no es así? ― Comentó la madre de Demian. Larry asintió.

―  El gran día ha llegado, hijo―  Demian miró a su padre con la serena profundidad de su mirada y le respondió:

― Lo ha hecho, papá. Es el gran día― Larry salió de la casa con su hijo de la mano y a medio camino giró para recordarle a su esposa:

­― Estaremos para la cena, Lilian―

Larry estaba demasiado ocupado con Jack y Dale, así que cuando vio a Demian entrar en el cuarto donde se encontraba el contenedor de Máta Pŗithuī, se quedó tranquilo, pensando que no había nada allí que el chico pudiera alcanzar y arruinar.

Demian se paró frente al contenedor de Máta, y antes de que pudiera saludarla, ella se sacudió en un espasmo casi imperceptible.

<< Kalki, eres tú. Sat Nam>>

<< Sat Nam. Llámame solamente Demian, me gusta ese nombre que Larry y Lilian me han puesto, Pŗithuī >>

<< Que sea Demian, entonces. Demian, llámame Íma, así me dice Dale, y me gusta también>>

<< Íma, sabes por qué estoy aquí. ¿Has encontrado una solución?>> Íma derramó una lágrima, que Demian pudo ver incluso a través del viscoso líquido color cian en que se encontraba flotando.

<< Me temo que no, Kalk… Demian. Sólo hay una. Siempre ha sido sólo una.>>

<< Y la has usado antes, Íma, varias veces>>

<< Lo sé, Demian. Pero ha pasado tanto tiempo… tenía esperanza de que esta vez fuera distinto. De que mis hijos fueran diferentes.>>

<< Eso no es posible, este es el resultado inevitable, Íma. Siempre ha de suceder. Así se mantiene el orden. Éste es el decreto, Máta Pŗithuī: tienes que abrir los ojos>> Íma sintió su corazón oprimido y tenía la esperanza de conseguir un aplazamiento, al menos. Pero Kalki era un perfecto cumplidor de su trabajo. <>

———————–― *EDDI*―———————-

 He estado tan cansada de estar aquí, deseando poder moverme, escuchar, oler, mirar. Y por ellos me he contenido preguntándome la mayor parte del tiempo si valía la pena. Ahora, esa pregunta no tiene sentido. Es la ley, más allá de mi cansancio, más allá de mi amor por ellos, más allá de ellos mismos. El gran arquitecto ha mandado a Kalki y todo debe comenzar de nuevo. He de abrir por fin, los ojos. Todo comenzará de nuevo y sin embargo, la tristeza me embarga. No puedo contener las lágrimas.

 ——————–― *EDDI*―——————-

Una lluvia torrencial se precipitaba en la mayor parte del hemisferio norte. Harían las diez de la mañana y nadie en casa daba trazas de salir. Demian entró en la cocina, donde Larry estaba sirviéndose el café matutino. Se paró frente a su padre y le extendió su Phablet. Larry le miró desconcertado, pero con un atisbo de sonrisa, Demian le explicó:

― Papá, pensé que te gustaría leer la última edición del New York Times.

Autor: Marina Flores.

El jardín informa…

Les traemos una actualización de lo que ha ocurrido en este tiempo de ausencia, ello en forma de varias excelentes noticias.

La primera noticia es que tuvimos la oportunidad de presentar nuestro proyecto en una radio en linea «La exquisita ignorancia», en el programa «Ya sé que no aplauden». Leímos fragmentos de textos inéditos, nos presentamos ligeramente como grupo e individualmente, e hicimos la invitación a darle al proyecto una oportunidad, invitación que reiteramos a ustedes. ¿Oportunidad de qué? De ser leídos. De que sigan el proyecto de cerca, en los ciclos por venir.

El audio del programa lo pueden encontrar AQUÍ 

Para quienes aún no lo saben, nuestros textos de ciencia ficción son parte de apenas un ciclo en el gran engranaje que estamos preparando; uno de muchos solamente. En en blog, hasta ahora, sólo han estado disponibles los textos que hemos hecho a manera de tributo a Bradbury, Asimov y Dick, pero comenzaremos a subir los de creación «original» (es decir, esos que no tienen influencia directa en ninguno de los autores). Al igual que los tributos, cada uno de los miembros del jardín publicará dos. Esta es la segunda buena noticia.

La tercera buena noticia es que ¡ya tenemos logo! Aquí está, se los compartimos.

logo

¡Hermoso!

Una de las ventajas de que seamos un grupo tan plural en el jardín es que contamos con un gran respaldo en cuanto a diseño, algo que agradecemos profundamente a nuestras compañeras Daniela y Rosa.

Nuestra página en facebook, AQUÍ 

Por ultimo – no menos importante-, tenemos la sorpresa y el gusto de contarles que tendremos nuestra primera lectura pública en las calles de nuestra Guadalajara (México). Más especificamente, en el Corredor Cultural del Expiatorio, que está ubicado en la Av. Enrique Díaz de León. Estaremos compartiendo los textos que hemos hecho como parte de este primer ciclo de ciencia ficción y, de ser posible, continuaremos haciéndolo con cada ciclo.

11148411_10202830654086139_5106782953213931678_nPara concluir, agradecemos a todos los que ya siguen el blog, reiterando que pronto comenzará la nueva oleada de textos de ciencia ficción.

Un saludo a todos, de parte de todos los que conformamos El jardín blanco.